Dos héroes desconocidos
Robert McNamara, quien fuera el primer presidente de la Ford no perteneciente a la familia, duró en el cargo solo cinco semanas, porque el presidente electo, J. F. Kennedy, le ofreció la secretaria de la Defensa, puesto que desempeño de 1961 hasta 1968, para luego presidir el Banco Mundial por 13 años. En su excelso y admirable documentario “La niebla de la guerra: las once lecciones de la vida de Robert McNamara”, producido en el 2003, cuando él tenía 85 años, por Errol Morris, que ganó el premio de la Academia, el Oscar, como mejor documental del año, empieza la obra diciendo: “Un jefe militar que es sincero consigo mismo o con quienes habla, admitirá que cometió errores aplicando la fuerza militar. Mató innecesariamente a personas, a sus soldados, o a otros, por errores de criterio. Cien, miles, decenas de miles tal vez hasta cien mil. Pero no destruyó naciones. Jamás repitan el mismo error, aprenda de sus errores. Todos lo hacemos. Podemos errar 3 veces, pero evitar que sean 4 o 5. Con las armas nucleares no habrá tiempo de aprender. Un solo error y destruirá naciones”.
Conozco solo dos episodios que habrían podido encarnar las palabras de McNamara, que él seguramente conoció y quien sabe cuantos otros más, que nos salvamos simplemente por suerte, por dos militares rusos, que arriesgaron su carrera y sus vidas y no empezaron la Tercera Guerra Mundial, respondiendo a agresiones reales o a errores de criterio.
El primer episodio ocurrió el 27 de octubre de 1962, en plena crisis de los misiles rusos en Cuba, los barcos de guerras estadounidenses, encabezados por el portaaviones USS Randolf, localizaron el submarino soviético B-59, muy cerca de la isla, junto del área de “cuarentena” americana. El problema del submarino era que había acabo sus baterías y todo el sistema de enfriamiento se había apagado, para ahorrar energía, y la temperatura había alcanzado ya los 45º centígrados y varios tripulantes ya estaban desmayados. Esto lo desconocían los militares USA, como tampoco sabían que el submarino llevaba días sin poderse comunicar con Moscú y, algunos de ellos, pensaban que la tercera guerra mundial ya había empezado. Los destructores habían ya empezado a lanzar cargas de profundidad, avisando a Moscú que era solamente para forzar al submarino a emerger. Los oficiales americanos tampoco sabían que el submarino era armado con un torpedo nuclear y que podían lanzarlo sin tener que esperar la autorización del Estado Mayor, en Moscú. El capitán Savitskij ya había tomado la decisión de disparar el torpedo, y Valentín Grigorievich había gritado con euforia: “¡Moriremos, pero los hundiremos todos!¡No seremos la vergüenza de nuestra gran marina militar!”. Esto lo decía ya el escritor griego Plutarco, que conocía la naturaleza humana: “Mueran también los amigos, con tal que los enemigos mueran con ellos”. Lo que hacía aún más dramática la situación era que Grigorievich era el oficial encargado de las armas. Por suerte de la humanidad, la decisión de lanzamiento tenía que ser aprobada por los tres oficiales a bordo y uno de ello, Vasili Arjipov, no concedió su autorización. Después de la crisis de los misiles de Cuba, Arjípov continuó en la armada soviética y fue promovido de contralmirante a vicealmirante en 1981, retirándose a mediados de los años 80 y murió en 1998.
El segundo episodio ocurrió en los años 80, en la época del rearme de Reagan que aumentó el presupuesto militar de un 40%, declarando “la lucha al impero del mal” y anunciando la construcción de un escudo espacial, inaugurando el programa de “Guerra Espacial”. A cabeza de la Unión Soviética se encuentra el secretario del partido Andropov, que pasaba casi todo su tiempo al hospital, dado su graves problema de salud. Andropov había paragonado Reagan a Adolf Hitler y esperaba un ataque sorpresa, como el del 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, cuando el hasta entonces aliado Adolf Hitler, desplegó “La Operación Barbarroja”, que era la invasión de Rusia, el 22 de junio de 1941. Por otro lado, el 31 de agosto de 1983, unos cazas rusos abatieron el avión 007 de la línea KAL, de origen de Corea del sur, un Boeing 747-200, matando a 269 pasajeros, y escalando las tensiones entre las dos superpotencias a niveles casi similares a la anterior crisis de los misiles cubanos. El 26 de septiembre 1983, el teniente coronel Stanislav Petrov percibe que la enorme pantalla que controla las bases de cohetes USA, se prende con una única palabra: “LANZAMIENTO”. Se oye el sonido de una alarma. Petrov tiene que decidir si creer al sistema y disparar el contraataque de parte de la URSS. El coronel, sin embargo, cree en su instinto: reporta a sus superiores que se trata de un error del nuevo sistema y lo sigue sosteniendo también cuando se detectan otros cuatro lanzamientos. Entonces el entrenamiento de Petrov entra en juego: ordena a todos regresar a sus estaciones. Sintiéndose la cabeza lúcida mientras ponderaba la decisión, se dio cuenta que sus piernas temblaban. Después de 17 minutos, cuando los radares aún no habían detectado los cohetes, ya era claro que Petrov había tomado la decisión correcta. Pero esto no le valió nada para su carrera. En lugar de recibir una condecoración, fue castigado por no haber llenado de forma correcta el reporte del día anterior. Dejó el ejercito el siguiente año, para atender a su esposa enferma. Por diez años nunca contó lo que sucedió aquella noche. Un periodista fue a su casa, y le contó toda la historia, entre el asombro de la esposa, que murió en 1997. Costner, uno de sus actores preferidos, leyó la historia del ex programador reducido a la pobreza, y le envió 500 dólares, realmente no mucho para salvar el mundo. El director de cine danés Peter Antony, leyó la historia y fue a Fryazino, en Rusia, donde se ganó la confianza de Petrov y produjeron la película/documental “The man who saved the world”, “El hombre que salvó el mundo”. Aunque él no se consideraba un héroe por lo que hizo, la Association of World Citizens, le otorgó su premio World Citizen Award el 21 de mayo de 2004, que consta de un trofeo y 1000 dólares, realmente un reconocimiento ínfimo para agradecerle haber salvado el planeta.
Lamentablemente y sorprendentemente tanto Vasili Arjípov como Stanislav Petrov, dos verdaderos héroes, en lugar de tener una estatua en todos los países, o, por lo menos, en las sedes de las Naciones Unidas, en agradecimiento de su acto que nos salvó a todos de una catástrofe nuclear, trágicamente son prácticamente desconocidas al público general. Y uno se pregunta: y el comité del Nobel por la paz ¿dónde está?¡bien, gracias! En lugar de asignar el galardón inicuo a Obama en el 2009 o a el impresentable Al Gore en el 2007, o a Kofi Annan en el 2001, o al terrorista Yasir Arafat en 1994 o… la lista sería interminable, ¿no hubiera sido mejor acordarse de dos personas que salvaron literalmente al mundo del apocalipsis?
Gracias vicealmirante Vasili Arjípov y teniente coronel Stanislav Petrov por darnos a todos nosotros un presente y a nuestros hijos y, a los de ellos, un futuro.
Acerca del autor: Ingeniero Químico de la UAEM, con maestría en computación del ITESM, Campus Morelos. Posteriormente cursó un Doctorado en Administración en el Programa del ITESM, Campus Ciudad de México y la Universidad de Texas en Austin.
Es profesor del ITESM, desde 1985, Ha sido Profesor invitado en la Maestría de Administración de la Rectoría de la Universidad Virtual, de la EGADE del Campus Monterrey y del Programa de Graduados del Campus Ciudad de México, Cuernavaca, San Luís Potosí y Morelia.
Ha sido expositor en diferentes programas de Educación Continua, tanto presenciales como virtuales (Programa AVE) en diferentes Campus del Sistema ITESM, y en variadas regiones de la República y de América Latina (Perú, Colombia, Ecuador, Costa Rica, Panamá).
Fue profesor de los “Paquetes educativos” del Sistema ITESM, impartiendo la materia de “Seminario de Análisis Económico, Político y Social” y el “Seminario de Filosofía Empresarial” en posgrado, tanto en maestría como en doctorado.
Ha recibido en varias ocasiones la distinción de profesor mejor evaluado en el Campus Morelos, Ciudad de México, Monterrey y Santa Fe y en la Universidad Pontificia Bolivariana en Medellín, Colombia.
Es fundador del Campus Santa Fe, donde fungió como director de la División de Negocios y Posgrado.
Ha sido consultor en diferentes Instituciones, tanto públicas como privadas, tales como IMTA, GFT, la ONU-Méx, Línea Bancomer, Confitalia, Canacintra, Coparmex, Inophos e Infonavit, entre otras.
Hasta el 2015 fue profesor de la EGADE Business School y del Executive MBA de la Universidad de Texas en Austin, donde impartió la materia de “Global Management”.
Es autor del libro “Yo, el Director” de Editorial Océano y fue reconocido por la revista “America Economía” como el segundo mejor libro de gerencia en español del 2010 y primero en Latinoámerica. Próximanente saldrá con la misma editorial la publicación del libro “Santo Tomás, CEO. Liderazgo Basado en Virtudes, (Virtues Based Leadership, VBL)”. Premio 2103 de Ex-a-Tec Nacional, en los festejos de 70 años del Tecnológico de Monterrey, a “Profesores que dejaron Huella”. Actualmente es profesor de tiempo completo del Departamento de Administración de la UDLAP.
Por: Dr. Mario De Marchis Pareschi.
Profesor de tiempo Completo del departamento de Administración de Empresas, UDLAP.