México: mercado emergente del Siglo XXI
Desde 1989, cuando el mundo se volvió “multilateral”, la transformación del término “economía del Tercer Mundo” a “economía emergente” ha dado un giro importante. Entre otros países conocidos por este término, México se ha transformado en una de las economías más prometedoras del Siglo XXI.
Fueron estos años, los 80s, cuando las economías más grandes del mundo (sobre todo China y la India, también llamados “Chindia”) decidieron liberalizar sus economías y abrirlas al mundo, que para aquel entonces estaba sufriendo cambios sin precedentes con la caída del Muro de Berlín en 1989 y de la Unión Soviética en 1991. El mundo bilateral (los “gringos” contra los “rojos”, el “bien” y el “mal”, el “Este” y el “Oeste”) habría de cambiar para siempre y dar paso a una competencia sin igual entre los países desarrollados y emergentes, que habían dejado de ser los “países del Tercer Mundo”, ya que el bloque de los “países del Segundo Mundo”, constituido por la Unión Soviética y sus satélites, había desaparecido.
A partir de entonces, dejó de haber una “mejor manera” de gobernar un país. Así como China decidió darle un giro a su economía sin cambiar su sistema político, la India en cambio optó por abrir su economía, convirtiéndose en la economía abierta y democrática más grande del mundo, rival político evidente de una China comunista. Una Rusia fuerte y rica en materias primas (sobre todo por el petróleo y el gas natural) ahora está encabezada por un líder de derecha, que busca reivindicar su lugar de privilegio entre las economías más fuertes del mundo (ver los acontecimientos recientes en Ucraina). Otros países, tales como Turquía y Pakistán en el continente europeo y asiático; Nigeria y Afríca del Sur en África; Indonesia, Taiwan, Corea del Sur en Asia del Sur; y Brasil en nuestro continente, han sido las economías que los grandes bancos internacionales (tales como Goldman Sachs en los Estados Unidos; HSBC o BBVA en España) han seleccionado como las más prometedoras del Siglo XXI. México, por su parte, habiendo sido reconocido como una economía con un buen futuro (pero sin los alardes que se les ha dado a las mencionadas anteriormente), ha estado avanzado paulatinamente hacia un estado de bienestar mayor.
Aunque la crisis del 2008 ha frenado nuestro avance un tanto, tal y como le ha sucedido a la mayoría de las economías abiertas, no hay que desesperarse. México sigue siendo la segunda economía latinoamericana más importante sólo después de Brasil, cuya desaceleración ha vuelto a convertirse en una decepción para economistas e inversionistas (el país del “eterno futuro”), mientras que México ha seguido atrayendo inversión extranjera en varios sectores, tales como las armadoras de autos y la aeronáutica. Vamos lento, pero más seguros que Brasil, Egipto o Turquía. Nuestra economía no crece a un cinco o un siete por ciento, sino a un tres por ciento, pero de forma consistente. No tenemos revoluciones, ni un nivel generalizado de violencia como en algunos de estos países (a pesar de nuestro problema con el narcotráfico) y no estamos en las noticias como lo está China a diario, con su número de millonarios y una nueva compañía que he hecho su debut en la bolsa norteamericana de valores. Vamos, hasta ahora, por una buena senda de crecimiento.
Por lo menos, así nos lo indican los economistas y las cifras del consumo. Walmart sigue abriendo tiendas, tenemos acceso a todas las marcas extranjeras, los mexicanos siguen obteniendo crédito de los bancos, se siguen endeudando para comprar y así tener una mejor vida. Objetivamente, nos dicen los números que así es; subjetivamente, probablemente así sea también. La clase media, que sigue creciendo y que se siente más próspera, tiene acceso a más cosas, a más experiencias, a tener una segunda casa de fin de semana, por más chica que ésta sea. La clase media alta ahora tiene una casa con más metros cuadrados o un auto de mejor marca. Hasta la clase alta se siente todo poderosa con sus autos de lujo o comiendo en el nuevo restaurant de Angelópolis. ¿Y por qué no? Todos hemos trabajado para vivir más confortablemente, para sentirnos más seguros de nuestra situación económica. Hay que ser honestos: para sentir que ya no pertenecemos al “Tercer Mundo”. Ya estamos cansados de compararnos con los “gringos”. Ya no queremos ir a Houston de compras, como lo hacíamos antes de 1982, sino que ahora queremos gozar de nuestras compras en el Palacio de Hierro o en Liverpool (que antes también existían, pero eran “medio chafas”). Si así nos queremos definir, si esta es nuestra meta, perfecto. Estoy totalmente de acuerdo.
Pero, ¿no deberíamos realmente cuestionarnos en qué consiste nuestro éxito?¿Es realmente otro auto importado, otra llave de Tiffany, otro perfume de Dior? Yo pensaría que con más poder de compra, querríamos algo más. Y no me refiero a una adicción a las compras, puesto que terminando una compra ya sentimos que queremos comprar más. Yo estaba pensando más como viajes al extranjero para enseñarles el mundo a nuestros hijos, por ejemplo; o tal vez, se me ocurre que para obtener una mejor educación o estar más conscientes que con dinero ya podemos y debemos obtener lo mejor de lo mejor: una mejor educación para nuestros hijos, un mejor servicio médico y una mejor infraestructura con nuestros impuestos, por ejemplo.
Pero de lo que yo estoy hablando es de otra cosa, para explicarme mejor: si tuve la inteligencia para tener más poder de compra, tengo la inteligencia para querer vivir mejor. Y si quiero vivir mejor (y no solamente comprar más), ¿no debería empezar por ser un ciudadano más pensante, más activo en la gobernanza de nuestro país y de la educación de nuestros hijos, el futuro de nuestro país? Empecé diciendo que México será una de las economías del Siglo XXI y así lo creo. Pero, para serles completamente honesta, hay una pequeña trampa que no les dije al principio: a condición de que… Sí, podemos ser un país rico; tenemos petróleo (y ahora más si por fin abrimos el sector a la inversión extranjera); gozamos de recursos naturales (minería de plata, oro, cobre, bismuto, plomo) y una gran diversidad de ecosistemas; tenemos armadoras de autos, una industria aeroespacial, clústers y parques tecnológicos; contamos con graduados en ingeniería y mano de obra calificada, que fácilmente es entrenada para alcanzar niveles de excelencia; tenemos servicios, sobre todo en hotelería, en restaurantes, en educación, entre otros. Entonces, ¿cuál es la trampa? Si tenemos todo, ¿Por qué no somos ya un país desarrollado, donde por lo menos una gran mayoría de los mexicanos pueda tener una vida digna y vivir cómodamente, sin tener que endeudarse tanto?
Creo que ésto es algo que muchos de nosotros nos preguntamos. Creo tener la respuesta: no somos un país ya desarrollado sino en vías de desarrollo, pero con una buena oportunidad de ser uno de los mejores países del mundo, porque no lo hemos querido. Es así de sencillo. Si tenemos a los Estados Unidos de vecinos, nuestros socios comerciales más importantes (¡Gracias, gringos!), ¿Por qué no importamos de ellos (aparte de dólares) mejores prácticas de negocios, de gobernanza, sino que nos conformamos con importar (y hasta sobrepasarlos) los índices de obesidad? ¿Por qué no usamos esos millones de pesos y nos convertimos en business angels y ayudamos a crear un Google mexicano? ¿O ese tiempo libre que tenemos en nuestras manos para, tal vez una vez por semana, dar clases a escuelas de pocos recursos o ayudar en un hospicio o crear una ONG, como lo hacen los ricos en muchos países desarrollados (véase la Fundación de Melinda y Bill Gates, como un ejemplo sobresaliente)? Sin embargo, en mi opinión, la falta de una excelente educación pública (no buena, sino excelente, como lo son la alemana o la coreana), ya sea a nivel escolar o universitario, para todos los mexicanos, es la base que puede ayudar a resolver todo lo que menciono anteriormente. Si tenemos educación, nos preocuparemos por los demás. Si tenemos educación, comprenderemos que debemos votar por un representante de los intereses de todos que nos gobierne como nos lo merecemos. Si tenemos educación, pensaremos solidariamente y con un interés en común: ser unos de los países más importantes del Siglo XXI, con una buena calidad de vida, no solamente económica y de bienestar social (que debe incluír una buena competitividad económica, un buen sector de salud, de trabajo, de educación y de retiro), sino también con una gran ética para que sea sostenible a largo plazo. Sólo así nos podremos convertir en una Noruega o Finlandia “a la mexicana”. Pero de que se puede, ¡Se puede! Solamente necesitamos quererlo, querer realmente ser una de las economías más vibrantes del Siglo XXI. Entonces, díganme: ¿por dónde empezará cada uno de ustedes?.
Por: Dra. Diana Bank