Se aprende más escuchando que interrumpiendo
A pesar del énfasis en la diversidad, nuestra cultura no respeta las diferencias de temperamento. Con demasiada frecuencia suponemos que la persona que habla más fuerte en un grupo es la más inteligente y competente; luego solemos lamentar haber ignorado la sabiduría expresada por gente más discreta. Como sociedad adoramos a Supermán y despreciamos a Clark Kent. Necesitamos reconocer las fortalezas y debilidades de cada uno.
Nuestra sociedad equipara echar porras con liderazgo y hablar fuerte con tener razón. Esto puede deberse a la economía basada en bienes y luego en servicios. Para triunfar hay que vender más y más; hay que dominar el arte de persuadir, dar un espectáculo convincente y cerrar el trato.
En décadas recientes la importancia de lo que uno sabe ha aumentado menos que la importancia de a quién conoce uno. Por ello, tener la mayor cantidad posible de conocidos y dar una “buena” (es decir, extravertida) impresión se ha vuelto aún más decisivo para el progreso personal. En el paradigma contemporáneo de cómo triunfar en los negocios (o prácticamente en cualquier área, al parecer) sin esforzarse mucho, simpatía mata personalidad.
Uno de los aspectos más desalentadores de la cultura de la extraversión es el apoyo que da a la creencia generalizada de que siempre es mejor trabajar, estudiar o pensar en grupo o como parte de un equipo que a solas. Las obras de Susan Cain (incluyendo el libro de reciente aparición Quiet: The Power of Introverts in a World that can’t stop Talking) detallan investigaciones que indican lo contrario. Por ejemplo, hipotéticamente las oficinas que eliminan puertas y espacios privados promueven la unidad y la cooperación en equipos. El resultado real es una mayor rotación de empleados, que son menos productivos, por el mayor ruido y las interrupciones, y más inseguros, pues se preocupan de que otros escuchen sus conversaciones.
También está la idea de que se aprende con más eficiencia en grupo que individualmente. Quizá en algunos casos, pero muchos estudios muestran que la creatividad, la innovación y la pericia se fortalecen más cuando el trabajo se hace a solas y con un propósito claro. El famoso proceso de la lluvia de ideas grupal no funciona por tres razones, como ha sido comprobado por psicólogos una y otra vez. La primera es que en un grupo algunos individuos tienden a relajarse y dejar que otros trabajen. La segunda es que sólo una persona habla o produce, mientras los otros tienen que escuchar pasivamente. Y la tercera es el temor de parecer tonto ante nuestros pares. El resultado: un estilo de aprendizaje que promueve la conformidad y desalienta el seguir las iniciativas propias.
Acerca del autor: Licenciado en Ciencias de la Comunicación Social por la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco. Graduado del Programa para la Formación de Traductores del Colegio de México. Doctorado en Lenguas y Literaturas Hispánicas por la Universidad de California, Santa Bárbara. En el terreno de la investigación (enfocada en la obra de Sergio Pitol y la de Fernando del Paso) ha publicado un libro y numerosos artículos. En el de la traducción (del inglés, francés, alemán e italiano), ocho libros y algunos trabajos breves. Imparte cursos de teoría literaria y literatura (estadounidense, brasileña, europea moderna) a nivel licenciatura y doctorado.
Por: Dr. Alfonso Montelongo Murillo
Profesor de tiempo completo del Departamento de Letras, Humanidades e Historia del Arte de la UDLAP
alfonso.montelongo@udlap.mx