El caso Toshiba
En diversas publicaciones se comentó hace algunas semanas lo que ha sido considerado el más grande escándalo contable en el Japón, el cual consiste en la alteración de los resultados de la empresa Toshiba, realizado a través de siete años.
Tres directores generales de la empresa estuvieron implicados de 2007 a 2014 en la alteración de cifras, inflando las utilidades en 152 billones de yenes. Todo comenzó por el ocultamiento de una pérdida de 18.4 billones de yenes que el director Atsutoshi Nishida, quien estuvo en su cargo de 2005 a 2009, consideró demasiado vergonzoso anunciar públicamente y entonces se inclinó por incitar a sus empleados a modificar las cifras para mostrar utilidades y la pérdida se convirtió en una utilidad de 500 millones.
Se asegura que las técnicas para este ocultamiento fueron realizadas con conocimientos contables rudimentarios que un estudiante de primer año de contabilidad aprende en Japón o en México, como puede ser la anticipación en el registro de ingresos o el retraso de cargos a resultados de diversos gastos.
Este tipo de fraudes dejan enormes enseñanzas al área contable. La primera de ellas es que los altos directivos rechazan su responsabilidad e insisten en que no dieron instrucciones de alterar cifras, sólo dejaron que los empleados actuaran interpretando sus deseos. Una de las maneras de lograr lo anterior es poner objetivos casi imposibles de alcanzar lo que, aunado a la admirable cultura japonesa de obediencia y lealtad, llevó a los empleados a falsear las cifras, al no poder lograrlas por los caminos normales y legales.
La segunda es que una vez rota la barrera de alterar una cifra, se llega a las subsiguientes modificaciones sin problemas y, muchas veces, suceden porque el primer fraude en una división de la empresa exhibe como ineficientes a las demás y las obliga a presentar ganancias, y esto también se expande en el tiempo, porque los objetivos de los siguientes años se vuelven, a su vez, imposibles de lograr. Se genera un efecto dominó que algunos calificarían de círculo vicioso. La cuestión afectó hasta al gobierno, ya que uno de los directores de la empresa implicados, Norio Sasaki, era miembro de un panel de consejeros del primer ministro.
Ahora se supone que es obligación de los auditores encontrar los fraudes, no debe extrañarse que Ernest & Young ShinNihon haya fallado en descubrirlo, al igual que el Comité de Auditoría de la empresa, y no debe olvidarse que existe una salvaguarda en que los auditores solicitan a los directivos firmar una declaración de que están actuando de buena fe y que están revelando a los auditores todo lo que consideran necesario. Si después de firmar un documento así el ejecutivo miente no hay auditor que pueda ser responsabilizado ante un intento deliberado de engañar por parte quien ha afirmado ser honesto.
Acerca del autor: Contador Público con estudios de Maestría en Administración y candidato a Doctor en Educación. Con más de 40 años de experiencia docente y profesional en contabilidad, costos, análisis financiero y auditoría. 291 cursos impartidos en diversas universidades, de los cuales el 88% ha sido a nivel licenciatura y el resto en maestría. 194 módulos de diplomado impartidos a personal de diversas empresas. Autor de los libros «Contabilidad 1», «Costos» y «Contabilidad Administrativa» con editorial Pearson. Articulista en diversos periódicos y autor de su propio blog «Visión Financiera». Coordinador de las materias Contabilidad Financiera, Contabilidad de Costos, Análisis de Costos y Contabilidad Gerencial.
Por: Mtro. Francisco Javier Calleja Bernal
Profesor de tiempo completo del Departamento de Finanzas y Contaduría de UDLAP
francisco.calleja@udlap.mx