La vieja anormalidad
El gobierno de México, a través de la Secretaría de Salud, determinó la implementación de la denominada “Jornada Nacional de Sana Distancia” del lunes 23 de marzo al sábado 30 de mayo de este año, donde se emitieron una serie de recomendaciones y acciones en conjunto con diversos órdenes de gobierno, empresas y sociedad civil, para frenar el contagio de la pandemia del virus SARS-COV2, mejor conocido como COVID-19, mejor conocido como Coronavirus.
Las principales recomendaciones fueron el distanciamiento social, lavado constante de manos y la forma apropiada de estornudar en público. Las acciones tomadas por el gobierno federal incluyeron la suspensión de actividades denominadas “no esenciales”, cancelación de eventos masivos, suspensión de clases presenciales en todos los niveles educativos, cierre de restaurantes, espacios públicos, culturales, sociales y lugares de esparcimiento.
Los últimos meses, el flujo de información relacionada con el virus se desarrolló entre verdades, mentiras, mitos y realidades, en el marco de una tensa relación entre las autoridades gubernamentales y sus detractores. Lo cierto es, que la estrategia proteccionista del gobierno federal ha delineado aún más la polarización en la que estaba inmerso el país. La voz federal amortiguó, desde el inicio y hasta donde pudo, las estadísticas nacionales, por conveniencia, por estrategia, por negligencia, por la razón que solo los involucrados sabrán, hasta que aceptaron desconocer las cifras reales, que hasta la fecha siguen siendo inciertas en los números de contagios totales. A partir de este momento, la estrategia ha cambiado, dejando la responsabilidad en la toma de decisiones, estrategias y acciones, a la facultad conferida a cada uno de los estados y sus municipios, en busca de regresar a lo que se ha denominado la “nueva normalidad”.
Desde mi punto de vista, los mexicanos vivimos la contingencia desde 3 principales realidades, no necesariamente relacionadas con nuestro nivel socio-económico, sino con nuestra ocupación y percepción cultural. Los he agrupado de la siguiente forma:
Grupo A: Aquellos que se informan constantemente mediante distintas fuentes, que contrastan información y cumplieron con las medidas implementadas por las autoridades, además de aplicar acciones propias en familia y con su entorno social. Incluyo en este grupo a todos aquellos empleados de empresas privadas y dependencias gubernamentales que fueron enviados a realizar actividades de oficina en casa. En general, todos aquellos que vieron cambios sustanciales en su cotidianeidad y han tenido que adaptarse a una nueva forma de vida. Ese sector al que van dirigidos todos los mensajes de apoyo psicológico y emocional que circulan en redes sociales.
Grupo B: Aquellos que, debido a la naturaleza de sus actividades, ya sea las consideradas esenciales por parte de las autoridades de gobierno, como otras de servicios para el buen funcionamiento social en medio de la pandemia, han tenido que continuar trabajando de manera ininterrumpida, viendo parcialmente afectado su entorno, aunque tomando de manera obligatoria las medidas preventivas para evitar el contagio. No solo hablo de médicos, enfermeras, personal de seguridad, protección civil, servicios energéticos, instaladores de telecomunicaciones, personal administrativo, sino del tendero de la esquina, del cocinero en un restaurante y en buena medida de los repartidores en servicios de aplicaciones móviles. Pensemos que muchas de las facilidades que tenemos de recibir cosas en casa y de que las actividades allá afuera sigan funcionando con relativa normalidad son producto del trabajo y el esfuerzo de estas personas, quienes injustamente, sufren día a día el mayor riesgo de contagio.
Grupo C: Aquellos que por ignorancia o por condición social desconocen la pandemia. Esos que nunca se informaron, ni vieron las noticias, ni se percataron de los cambios, los mismos que consciente o inconscientemente han seguido su vida cotidiana. Quizá, muchos de ellos, al final de la historia, habrán sobrevivido sin darse cuenta de todo lo sucedido. Tal vez otros, los que se consideran inmortales, continuarán sus vidas sin haber sabido que fueron asintomáticos, pero se encargaron de propagar el virus entre las personas vulnerables. En este grupo se encuentra el verdadero peligro de contagio, los hacinamientos, las aglomeraciones, la carencia total de medidas sanitarias, la nula aplicación de sentido común. Tanta responsabilidad tienen aquellos que saben y que a pesar de ello no tienen consideración por el prójimo, como aquellos que ignoran por completo la existencia de una contingencia mundial.
Hay quienes, en el entorno del enclaustramiento, en las últimas semanas han descubierto las maravillas de la naturaleza, quienes han comprendido el verdadero dolor del encierro, quienes han conocido a su familia, quienes han descubierto el funcionamiento de su cuerpo, quienes se han capacitado, quienes han aprendido a cocinar, quienes han valorado la vida como la conocían y quienes reflexionan en cómo será la vida cuando esto acabe.
Hubo quienes se reencontraron en esta “nueva anormalidad”, hubo quienes se perdieron en la “vieja normalidad” y mientras tanto, entre decisiones personales, obligaciones laborales y preferencias culturales, se nos va la vida; somos heterogéneos por naturaleza y ahora, nos movemos en grupos mucho más pequeños, mucho más cerrados. Hemos tenido pérdidas lamentables y las seguirá habiendo, porque el riesgo de contagio seguirá latente, no se detendrá cuando las autoridades quieran, sino hasta que verdaderamente exista una cura y una vacuna. Mientras tanto, los que aún no han sido contagiados deberán entender que las cosas no pueden volver a ser iguales.
En lo personal esta época no ha sido la más feliz, tampoco la más aventurera, pero ha sido, por mucho, la mejor etapa de mi vida.
Por: Mtro. Omar Derahin Saldaña Medrano
Egresado de la Licenciatura en Comunicación, Especialidad en Gestión Internacional y Maestría en Gobernanza y Globalización de la UDLAP