El viaje antropológico como una reconstrucción del alma
Tomando las palabras de Mercedes Sosa en su canción “Alfonsina y el mar” el viaje antropológico sopla como un sendero solo de penas mudas, de angustias y de viejos y fósiles temores que fueron almacenados en la memoria ante el conocimiento previo de que en algún momento zarparán a donde la Tierra se acaba. Se lanzarán al borde del acantilado, donde se pensaba que no había más, donde ninguna criatura mortal se atrevería a extraviarse por aquella senda que, si bien, llega al paraíso, comienza por el infierno1.
Parece ser que al pisar tierras desconocidas tu corazón por un segundo se olvida de quién se enamoró, pues tu imaginación jamás pudo haber provisto hechos tan más lacerantes y a la vez, románticos. Un veterano, pienso yo, de la antropología, con el paso del tiempo y la experiencia aprende a hablar el lenguaje del universo, y solo entonces, dejará sus estériles intentos por comprender y adaptarse sintéticamente, (terminando en una frustración y desesperación), y comenzará por fluir, aceptar y ser receptivo.
De esta forma, el viaje antropológico no mutila el alma, sino que lo reconstruye. Te obliga a imitar estratégicamente a una tabula rasa, a convertirte voluntariamente en un fantasma sin pasado, un ser el cual no es de aquí ni de allá2. El antropólogo entonces se vuelve dicotómico, se vuelve amante de la dualidad, armoniza y se reconcilia con su sombra y la vuelve una herramienta de trabajo. Una parte del antropólogo no tiene edad, porvenir2, ni identidad. La otra posee la memoria y la historia tanto nuestra como del universo, ambas escritas por la misma mano. De dicha forma, al refractarnos como la luz, se vuelve más fácil la comprensión de todo lo que sucede allá fuera en el espacio que se investiga, pues sucede a la vez dentro de nosotros mismos.
Quizá uno puede pensar que sería más fácil el viaje antropológico cuando uno no conoce el significado de la palabra “hogar”, sin embargo, aquel que no sabe de dónde es estará por siempre condenado a tan aterrador y gélido refugio como lo es el viajar con la consciencia de que en ningún lugar del otro extremo del mundo hay alguien viendo al horizonte con esperanza, lanzándote un beso mientras el viento sopla esperando que aquel encuentre su camino hacia ti.
1 frase obtenida del poeta y escritor italiano Dante Alighieri.
2 fragmentos de versos obtenidos de la canción “No soy de aquí ni soy de allá” del cantautor Facundo Cabral.
Sobre la autora:
Alyson Melissa Sánchez Serratos. Estudiante de la licenciatura de Psicología Clínica.
Contacto: alyson.sanchezss@udlap.mx