Sobre el origen de la práctica artística
La pregunta por los orígenes, si bien ha tenido mucha fuerza en el ámbito filosófico –por lo menos desde el siglo pasado– no ha impactado de la misma manera en la historia del arte. Es muy probable que una de las razones de aquel desajuste epistemológico se deba –en gran parte– al simple hecho que, por gusto, el gran público suele acercarse más al arte que a la filosofía, justificando así, de cierta manera, la continua repetición de ciertas inconsistencias, aparentemente inofensivas, entre las cuales destaca, por ejemplo, la supuesta necesidad de la relación entre arte y belleza. Sin embargo, me parece que lo más significativo de la reflexión sobre los orígenes del arte es que, mucho más que señalar simplemente el por qué del arranque de ciertas técnicas como la pintura o el grabado, nos encamina a la reflexión sobre este preciso momento cuando el ser humano toma conciencia de la especificidad de su condición de vida como ser finito, irremediablemente encaminado a la muerte, una toma de conciencia que lo llevó precisamente, no sólo a asumirse como diferente de los demás animales, sino a desarrollar determinados campos de visibilidad para sellar su pacto con un más allá cada vez más requerido para calmar su angustia existencial.
Ahora bien, si ha sido ampliamente comentado y a menudo divulgado el famoso bestiario del periodo paleolítico –pensemos por ejemplo en los rinocerontes de Chauvet, los pingüinos de Cosquer, los bisontes de Altamira o el famoso unicornio de Lascaux– poco se dice sobre el campo antropomorfo que lo acompaña. Un poco como si, solamente queda nuestra perplejidad y casi total incomprensión después de comparar la nitidez y exactitud del trazo del repertorio zoomorfo con la puntual torpeza con la que queda representado el ser humano. Y, claro, surgen las preguntas: ¿Por qué la persona que excelsa en la representación hiperrealista de un sinfín de animales no puede representarse a sí misma? ¿Por qué tantos animales representados y tan pocas figuras humanas? ¿Por qué la figura humana no puede emerger de un campo de visibilidad abstracto? Para el filósofo Jean-Luc Nancy, las respuestas fluyen sin el menor problema: lo que presenciamos en el arte del paleolítico, en el lento nacimiento de estos primeros campos de imágenes tan contrastados es, más allá de la mera toma de conciencia del ser humano como ser-para-la-muerte, su consecuencia inmediata: el llegar a pensarse diferente de los demás animales. Por lo tanto, en la imagen de este híbrido, con rasgos animales en la parte superior de su cuerpo y rasgos no animales en la parte inferior, está el primer ensayo de visibilidad de su diferencia existencial, uno de los mayores secretos de las grutas a pintura del paleolítico europeo.
Acerca del autor: Trabajo en la Universidad de las Américas Puebla desde enero 1987, primero como profesor de tiempo parcial y posteriormente como profesor de tiempo completo a partir de 1988. En el Departamento de Lenguas fui coordinadora de la División de Francés desde su creación en 1988 hasta 1998. Pertenezco al Departamento de Filosofía y Letras (ahora Departamento de Letras, Humanidades e Historia del Arte) desde 1999 como coordinadora del programa de licenciatura en Historia del Arte (ahora Historia del Arte y Curaduría). Desde 2003, soy profesor titular de la Escuela de Artes y Humanidades. En 2012, recibí la medalla Compromiso con la Educación UDLAP 2012 para la Escuela de Artes y Humanidades. Pertenezco a la Asociación Mexicana de Estudios en Estética (AMEST) desde 2009.
Por: Mtra. Laurence Le Bouhellec Guyomar.
Directora Académica del Departamento de Letras, Humanidades e Historia del Arte, UDLAP.