Cultura y riesgo volcánico
Quienes habitamos Puebla, el Estado de México, Tlaxcala, Morelos y el Distrito Federal, hemos sido sorprendidos más de una vez con la innegable belleza de uno de los 14 volcanes activos que, según datos del Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred), tiene el país: el Popocatépetl. La sensación que produce uno de los volcanes más monitoreados del mundo está atravesada por el asombro y, hay que decirlo, por la zozobra de vivir cerca de él.
La actividad volcánica del Popocatépetl ha sido larga y el reinicio de ella, en 1994, alertó a los vulcanólogos y a las autoridades mexicanas para mantenerlo vigilado y movilizar a la población en caso de ser necesario. El plan de operaciones «Volcán Popocatépetl» es un ejemplo de ello. Puebla tiene dos de las poblaciones más cercanas a él: don Goyo, nombre que le es otorgado por los habitantes de las cercanías, es parte de su paisaje cotidiano. Ellos, no sólo lo ven y lo escuchan, también lo piensan. Es un miembro más de sus comunidades, pero saben que en algún momento, el día menos esperado, Gregorio Popocatépetl dejará de ser ese “apacible” vecino que los ha acompañado desde siempre.
La relación establecida entre los pobladores y el paisaje es una de las acciones humanas más comunes, pues pensamos en nuestro entorno y lo significamos otorgándole sentidos culturales. Por ello, no sólo vulcanólogos y geólogos han estudiado al «Popo», también los antropólogos. Desde la arqueología, Patricia Plunket y Gabriela Uruñuela, miembros de la Facultad de Antropología de la UDLAP, han dado cuenta de los efectos que dos de los eventos eruptivos más violentos, registrados para el Popocatépetl, tuvieron sobre las poblaciones prehispánicas y el paisaje de la Sierra Nevada. Asimismo, antropólogos sociales y culturales –de otras instituciones– han expuesto, con base a su trabajo de campo, cómo la población concibe al volcán: él, es un hombre, Gregorio; ella, la «Volcana», una mujer, Rosita; volcán y volcana, como cualquier persona requieren de atenciones, es por ello que cada 12 de Marzo y 30 de Agosto, respectivamente, les son llevados comida, ropa y música.
La pregunta ante esto es, ¿cómo conciliar un plan nacional para prevenir desastres con las prácticas de las comunidades rurales que poseen una concepción del volcán distinta, y otorgarle su justo valor? Quizá sea necesario el paso de un paradigma del riesgo, a uno de vulnerabilidad. En el primero, se enfatiza el evento en sí; mientras que el segundo se centra, sobre todo, en quienes son afectados y en su capacidad de mitigar, resistir y recuperarse del daño causado, en este caso, por una erupción volcánica. Para lograr ello, la antropología tiene mucho que aportar pues en su dimensión histórica, ecológica, cultural y aplicada puede ayudar a incorporar la reflexión cultural del paisaje a las estrategias de prevención.
Acerca del autor: la Dra. Laura Elena Romero López egresó de la licenciatura en etnohistoria en la Escuela Nacional de Antropología en 2001. En 2002 comenzó su trabajo de campo en la zona nahua de la Sierra Negra de Puebla donde realiza, desde entonces, sus investigaciones. En 2003 inició sus estudios de maestría en Estudios Mesoamericanos en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. En ese mismo año recibió el Premio Nacional Fray Bernardino de Sahagún que otorga el Instituto Nacional de Antropología e Historia junto con el CONACULTA a la mejor tesis de licenciatura en Antropología Social y Etnología. Dicho premio también le fue otorgado, por segunda vez, en 2007, por su tesis de maestría. En 2006 ingresó al doctorado en Antropología del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM del cual egresó en 2011, mismo año que ingresó al Sistema Nacional de Investigadores. Recibió en 2014 la Beca para las Mujeres en las Ciencias Sociales y las Humanidades que otorga la Academia Mexicana de las Ciencias y el Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República. Actualmente se encuentra investigando, gracias a un financiamiento de CONACyT para Jóvenes Investigadores, la concepción indígena sobre el cuerpo discapacitado en las comunidades mazatecas y nahuas de la Sierra Negra de Puebla.
Por: Dra. Laura Elena Romero López
Directora Académica del Departamento de Antropología de la UDLAP
laura.romero@udlap.mx