El mal comportamiento de los turistas
Espacio en el que ha aparecido el artículo y fecha en que ha sido publicado: e-consulta (29-03-2016).
La Organización Mundial de Turismo estima que en el 2017 1,184 millones de personas realizaron viajes internacionales. A este número de personas se debe aumentar el total de individuos que viajan en su país, de los que se tiene estimado que en algunos países cuadriplica el turismo internacional, lo que representa una enorme cantidad de personas que salen de su lugar habitual de residencia y consumen servicios, turísticos o no, en un lugar diferente. Si bien la visión del turista es generalmente positiva o muy positiva, hay algunos académicos y organizaciones que se han enfocado al estudio y difusión de los efectos negativos que su actividad tiene. De estos, el social es quizá el menos discutido, si bien fueron los antropólogos los primeros que trataron los efectos disruptivos de los turistas y su cultura en culturas locales. Muchas veces los problemas entre turistas y comunidad receptora surgen porque los primeros no tienen los mismos códigos de conducta y valores que los residentes, y porque todos viajamos creyendo, en menor o mayor grado, que lo que suceda en el destino se quedará ahí, donde nadie nos conoce. A medida que los flujos de turistas son mayores, la comunidad que los recibe pasa de la euforia, por sus expectativas de una mejora en la situación económica, a la confrontación, al percibir que los lugares en los que desarrollan sus actividades diarias son abarrotados por personas que tienen otros valores y objetivos y otro uso del tiempo, que las políticas y los recursos públicos se destinan preferentemente a zonas turísticas y a la atracción y satisfacción del turista, y que los esperados beneficios que la actividad llega a generar no se reparten de forma equitativa.
Precisamente por la actitud positiva generalizada hacia los beneficios económicos del turismo, pocas consideraciones se hacen sobre los turistas groseros y mal portados, aunque se cree que estos van en aumento. Cada periodo vacacional son comunes los reportes de turistas que dañan monumentos y piezas artísticas que forman parte del patrimonio de diversos lugares. En 2011 un jordano escribió su nombre en una pared de la Alhambra, para dejar evidencia de que estuvo ahí; por el mismo motivo, en 2013 un joven chino realizó un graffiti en el Templo de Luxor y en 2015 fue dañada una estela de Calakmul. En 2013 un turista norteamericano arrancó el dedo de una estatua florentina del siglo XV, por tocarla; en Florencia también, en 2007, al tratar de apoyarse en una pared, una sueca agujeró un lienzo del s. XVII en la galería de los Uffizi. En 2008 un finlandés arrancó una oreja a un moai, al escalarlo, en la Isla de Pascua, estas enormes esculturas han sido atacadas por lo menos cinco veces por turistas desde 2001. El Rapto de Políxena, estatua del s. XIX situada en Florencia, ha sufrido por lo menos tres atentados, llevados a cabo por turistas, de manera que los dedos de una de las figuras de esta composición, la más accesible, son todos de yeso porque han tenido que ser sustituidos. En Venecia se ha denunciado a turistas que saltan desde los puentes a los canales. En 2012, por la enorme cantidad de turistas que generó el fin del mundo, se reportaron daños irreparables al templo II del parque nacional Tikal. Recientes y muy notorios fueron los casos del joven alemán que escaló la Gran Pirámide de Keops, siendo expulsado de Egipto de por vida y de la joven celebridad que fue expulsada de Tulum por intentar también escalar los monumentos. Todos estos casos son conocidos porque constituyen daños al patrimonio y en algunos países son ilegales, sin embargo, el mal comportamiento de los turistas se extiende más allá del daño patrimonial, realizan actos reprobables, o que no son bien vistos en su destino, porque no tienen las inhibiciones que les imponen las sociedades a las que pertenecen, porque en muchos lugares la autoridad es muy tolerante con ellos, porque creen que los pagos que realizan les dan prerrogativas, por un ilusorio y mal dirigido afán de trascender, y por la expectativa de recibir más de los prestadores de servicio al portarse mal o de forma grosera. En diferentes encuestas de opinión sobre los peores turistas, los norteamericanos, franceses, chinos, japoneses, ingleses, alemanes, indios y rusos son recurrentemente nombrados, siendo también los que realizan más viajes internacionales.
Las autoridades y habitantes de ciudades como Venecia y Barcelona o la región costera de Cinque Terre en Italia, por los grandes flujos de turistas que reciben, han empezado a buscar fórmulas que les permitan controlar el número de turistas y disminuir su mal comportamiento, y estas medidas son tan drásticas como la de prohibir la construcción de cualquier nuevo hotel o no recibir más de cierto número de visitantes, que serán controlados con boletos. Sin embargo, en muchos de los casos previamente mencionados, se aplicaron sanciones leves o ninguna, con la esperanza de conservar una buena imagen como destino al ser tolerantes, por una equivocada visión a corto plazo, olvidando las obligaciones que se tienen hacia el bienestar de la población y la conservación del patrimonio.
Acerca del autor: Profesor Titular del Departamento de Turismo. Candidato a Doctor en Urbanismo por la Universidad Complutense de Madrid en el área de Patrimonio Cultural y Turismo. Con estudios de posgrado en Administración de Empresas, Dirección de Hoteles, y Producción Técnica. Ha escrito resultados de sus investigaciones en revistas nacionales e internacionales arbitradas. Ha participado en diversos foros nacionales e internacionales en temas de Turismo Cultural. Fue Directora de Turismo de la Ciudad de Puebla. Forma parte del equipo de consultores de UDLAP-Consultores donde ha sido líder de proyectos vinculados con Productos Turísticos y Capacitación online. Dirige el Observatorio Turístico de Ciudades Mexicanas Patrimonio Mundial.
Por: Dra. Guadalupe Patricia Revilla Pacheco.
Profesor De Tiempo Completo, Turismo, UDLAP.