Los nadies

El mexicano es predecible. La casi nula enseñanza de ética y carencia de valores de los últimos veinte años, aunada a la alienación mediática mucho más longeva, han convertido a nuestra sociedad en una masa frustrada, intolerante, harta, desesperada, carente de memoria y hambrienta de consumo. ¿Cómo entender el comportamiento del ciudadano que prefiere trasgredir las reglas de convivencia y se aleja cada vez más del orden social?

Eduardo Galeano, en su texto titulado “Los nadies”, pareciera describir a la gran mayoría de nuestra sociedad: “(…) los hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos… Que no son seres humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata”.

Los ratones de ciudad estamos tan encerrados en nuestra burbuja, que no entendemos cómo la mayoría, la masa, prefiere ser la esposa golpeada a la que el marido gobierno le promete cada elección que ya va a cambiar, no dilucidamos que más de la mitad de los mexicanos vive con menos del salario mínimo, que vive de la limosna de los programas sociales, que se conforma con “poquito pero seguro” y que debe obedecer al color del partido que controle el poder. Cuando lo que más te importa en el mundo es no morir de hambre, no disciernes entre si el presidente está guapo o está viejito.

Durante 40 años he visto todo tipo de campañas políticas, pero siempre son los mismos personajes al mando, emanados de las familias que, desde la revolución, sentaron las bases de una república controlada, centralizada y clasificada; la tercera y cuarta generación del terrateniente que siguen siendo los dueños. El estandarte revolucionario que hace cien años acabaría con la desigualdad y pobreza de la dictadura porfirista, sacrificando la estabilidad y progreso tecnológico de la época, bajo la promesa de alcanzar la “justicia social”, todavía no se ha reflejado. En su lugar, nuestro pueblo recibió por 70 años las migajas de lo que Vargas Llosa llamó “la dictadura perfecta”. La gran diferencia entre ambos regímenes fue que el poder no recaía en una sola persona, ahora se trataba de un partido político que colocaría al mando a un presidente cada seis años, apoyado por nuevos grupos sociales como los sindicatos, las sectas y los medios de comunicación al servicio del gobierno.

Cierto es, que los males que nos aquejan hoy no son producto de un mal gobierno de seis meses. La violencia, el tráfico de armas, el robo de combustible, la delincuencia organizada y demás problemas concatenados, no surgieron ayer, son las secuelas que involucran a miles de familias que no saben hacer otra cosa para tener sustento, sino desquitarse con el prójimo que tiene lo que ellos no. Una incipiente cuarta transformación llegó en el 2000, ganó la derecha, la alternancia sucedió, la vivimos por doce años, pero las políticas neoliberales sucumbieron ante el avorazamiento de poder y la repartición de la riqueza entre un selecto grupo de amigos. En este periodo se dejó de enseñar de manera obligatoria en las escuelas la asignatura de civismo, lo que se refleja en la pérdida de valores en las generaciones millenials y centennials. El regreso del priismo en su versión más atroz fue la gota que derramó el vaso. Los procedimientos legislativos a modo, la jurisprudencia y judicialidad que dan más derechos al delincuente y exoneran al impune; la venta descarada de la tierra mexicana a compañías trasnacionales que, paradójicamente, cobra sus frutos en tierras infértiles, campos erosionados y ríos contaminados.

La democracia “a la mexicana” es pues, el poder para unos cuántos. El candidato afirma en campaña que gobernará para todos, que el cambio verdadero vendrá, que por fin se acabarán los problemas sociales y que se combatirá la corrupción. Pero una vez en el cargo, cada gobernante se ha cansado de demostrarnos que sus promesas son imposibles de cumplir, porque no se gobierna para todos, porque se deben pagar favores. La polarización no garantiza el bien de “todos”, solo garantiza el bien de los que rodean al ganador, ni siquiera el votante o el ciudadano de a pie que colaboró en campaña recibe un beneficio directo, salvo una torta y 500 pesos por fotocopiar su INE.

No importa quién nos gobierne, siempre necesitará de los nadies para alcanzar su propio beneficio y siempre mantendrá la llama de la esperanza de que pronto llegará la justicia social. Éste es mi país y ésta es mi gente.

Por: Mtro. Omar Saldaña Medrano

Egresado de la Licenciatura en Comunicación, Especialidad en Gestión Internacional y Maestría en Gobernanza y Globalización de la UDLAP.

 

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