La agenda 2030 ¿crónica de un fracaso anunciado?

La agenda 2030 ¿crónica de un fracaso anunciado?

A casi cuatro años de la adopción de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), este plan de acción ha sido la directriz de numerosos programas de desarrollo implementados por organismos internacionales, sector gubernamental, iniciativa privada, instituciones académicas y organizaciones de la sociedad civil. La agenda pretende alcanzar 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para el año 2030, que entre otros puntos busca poner fin a la pobreza, luchar contra la desigualdad y la injusticia, y hacer frente al cambio climático. Sin embargo, muchas evidencias enuncian desde hoy que la tercera década de este siglo llegará sin que tales propósitos se hayan cumplido.

Los discursos oficiales –que con tintes demagógicos pregonan las bondades de la agenda y sus reconocibles alcances en estos primeros años- han posicionado a los ODS como más prometedores que sus antecesores, los Objetivos del Milenio del año 2000. Culminado el siglo pasado, Naciones Unidas reconoció la importancia de atender las necesidades más apremiantes del momento, destacando principalmente los retos para el bienestar social y el medio ambiente. Los propósitos proyectados en su momento para el año 2015 eran similares al de la agenda 2030, pero el año de la promesa llegó sin haberse logrado un mundo más justo para todos. Teniendo como antecedente una agenda multilateral semejante y fallida, ¿no está también la agenda 2030 condenada al mismo fracaso?

Si bien hay mejorías dignas de acentuarse, bajo una lupa realista otros desafíos al respecto no lograrán superarse en el plazo establecido. Por ejemplo: la cantidad de personas en pobreza extrema ha reducido en estas últimas dos décadas; no obstante, la propia ONU reconoce que 780 millones de personas todavía sobreviven con apenas 1.90 dólares al día. La justicia social no se conquistará mientras no se garanticen a nivel mundial la seguridad alimentaria, la salud, el empleo digno, la educación de calidad y la reducción de las desigualdades. En el tema de género, una de cada cinco mujeres sufre de algún tipo de violencia hoy en día, afectando también la condición de la población femenina las prácticas tradicionalistas y machistas, herencia de culturas patriarcales milenarias imposibles de erradicar en quince años.

En lo referente a los problemas medioambientales, los objetivos se complican ante el nulo interés de los países más industrializados para reducir sus emisiones de carbono. Aunado a lo anterior, la gran población mundial coadyuva en la generación de excesivas cantidades de desechos sólidos y una mayor explotación de los recursos naturales. Una lista siempre creciente de problemas ambientales como el calentamiento global, la acidificación de océanos, la escasez del agua potable o la pérdida de biodiversidad han alterado radicalmente el equilibrio ambiental en las últimas décadas.

En cuanto a la paz y la justicia, desde la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) muchas conflagraciones de magnitud global se han evitado, pero la paz no puede darse por consumada ante la emergencia de nuevas amenazas para la seguridad internacional como el terrorismo, los intereses geopolíticos divergentes o la delincuencia organizada transnacional. Reflejo de lo anterior son los complicados casos de la guerra civil en Siria, la crisis política y de derechos humanos en Venezuela o la operación ilícita de carteles narcotraficantes en México, por citar algunos ejemplos.

Para concluir, los ODS se han convertido en un mecanismo de legitimización más que de acción, y aunque se han tenido logros cuantitativos y macroeconómicos, los cambios cualitativos poco reflejan sobre la eficacia y la eficiencia de la Agenda. Sin embargo, también se aluden las conquistas como las políticas públicas en materia de prosperidad, la inclusión, la educación ambiental, el uso alterno de energías renovables o la apuesta por los procesos de integración y la cooperación internacional como impulsores del desarrollo; que ciertamente no cambiarán el mundo en la próxima década, pero repercutirán en el largo plazo y en el marco de las necesidades presentes.

Ante el previsible fallo de la resolución adoptada en el año 2015 y restando once años para su término ¿se aprobará una agenda post 2030 que insista en su cumplimiento en un lapso más real?

 

Por: Noel Garcia

Egresado del Programa de Liderazgo para Jóvenes Indígenas, 2017.

Estudiante de Relaciones Internacionales en la Universidad del Mar y egresado del Seminario de Historia y Gobierno en la Universidad de Arizona.

 

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