COVID-19, fricciones y pueblos indígenas en México

COVID-19, fricciones y pueblos indígenas en México

El 11 de marzo del año en curso, el director general de la Organización Mundial de la Salud declaró que el coronavirus dejaba de ser una epidemia para considerarse una pandemia. A partir de ese momento cada Estado instauró las estrategias que consideró pertinentes para disminuir y postergar el impacto de la pandemia. Nuevamente la humanidad se enfrentaba a su vulnerabilidad, a sus miedos y, sobre todo, a la desigualdad. En México, el 15 de marzo, las autoridades sanitarias declararon la “Jornada Nacional de Sana Distancia”, lo que básicamente significó la suspensión temporal de “actividades no esenciales” en los ámbitos público, privado y social. Con este anuncio inició para México un largo periodo de distanciamiento social.

El funcionario a cargo de la contingencia sanitaria convocó a todos los mexicanos a ser un pueblo responsable y, con dicha encomienda, iniciamos una cuarentena que no ha podido ser lo rigurosa que se requiere. Y es que México, siendo el país que es, tendría que enfrentarse tarde o temprano a su principal componente: la desigualdad. La aplicación “local” de las recomendaciones internacionales nos recordó los datos más preocupantes: más de la mitad de la población en México se encuentra en condiciones de pobreza, y poco más del 57% de quienes trabajan lo hacen en la economía informal. La cuarentena rigurosa se mostró como un privilegio para unos cuantos.

En este contexto, quienes se encuentran en casa convocan constantemente a la población a hacer consciencia y no salir. Al mismo tiempo las calles de todo el país, sobre todo cerca de los metros, los grandes mercados o las zonas conurbadas, siguen presentando altos índices de movilidad, pues es ahí donde se puede ver a buena parte de ese porcentaje de personas que “viven al día”, es decir, que no cuentan con un ingreso fijo, ni con seguridad social. En este escenario no puede haber solidaridad plena, pues las fricciones (Tsing 2013) surgen cuando “las causas universalistas se reconfiguran localmente, incluso cuando tienen un carisma de mayor alcance” (Tsing, 2013: 267). Estas reconfiguraciones implican, casi siempre, desacuerdos y confusión.

Para agravar las fricciones falta en nuestra fórmula la muy grande diversidad cultural de México. Nuestra complejidad socioeconómica incluye un mosaico étnico: 68 pueblos indígenas (casi el 20% de la población) quienes hablan poco más de 360 variantes dialectales y conforman uno de los sectores más empobrecidos del país. Los datos más extremos, los del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), nos dicen que el 69.5% de la población indígena se encuentra en situación de pobreza, y casi el 80% de quienes viven en zonas rurales lo hacen en condiciones de pobreza extrema. Es decir, presentan carencias de ingreso, vivienda, salud, educación y alimentación.

La perspectiva que tienen los pueblos indígenas sobre la pandemia está atravesada, entonces, por muchos factores, entre ellos los de tipo socioeconómico de los que hemos hablado, pero también por cuestiones ontológicas. Es decir, no es que no crean o no entiendan la pandemia; no es que no quieran seguir las estrategias de mitigación, es que incorporan sus categorías para pensar el virus. Las fricciones están por todas partes, pues tenemos innumerables nichos donde dichas categorías se forman de manera autónoma (Tsing 2013, 269). Las conexiones globales a las que nos ha expuesto la situación actual exacerban los desacuerdos y exponen crudamente la desigualdad que se oculta cotidianamente, pero también nos convocan a reflexionar sobre qué es la diversidad cultural y cómo se comprende en un contexto como el actual. Pensamos, entonces, en la imperiosa y consecuente necesidad de ubicar el papel de la pandemia en las lógicas ontológicas y epistemológicas de los pueblos indígenas, pues de no hacerlo estaremos obviando no solo que la diferencia cultural se anida en lo más profundo de cada sociedad sino sus consecuencias.

Referencias:

[1] Tsing, Anna. 2013. “La selva de las colaboraciones.” In Cosmopolíticas. Perspectivas antropológicas, edited by Montserrat Cañedo Rodríguez, 266-295. Madrid: Editorial Trotta.

Acerca del autor:

Dra. Laura Elena Romero egresó de la licenciatura en etnohistoria en la Escuela Nacional de Antropología en 2001. En 2002 comenzó su trabajo de campo en la zona nahua de la Sierra Negra de Puebla donde realiza, desde entonces, sus investigaciones. En 2003 inició sus estudios de maestría en Estudios Mesoamericanos en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. En ese mismo año recibió el Premio Nacional Fray Bernardino de Sahagún que otorga el Instituto Nacional de Antropología e Historia junto con el CONACULTA a la mejor tesis de licenciatura en Antropología Social y Etnología. Dicho premio también le fue otorgado, por segunda vez, en 2007, por su tesis de maestría. En 2006 ingresó al doctorado en Antropología del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM del cual egresó en 2011, mismo año que ingresó al Sistema Nacional de Investigadores. Recibió en 2014 la Beca para las Mujeres en las Ciencias Sociales y las Humanidades que otorga la Academia Mexicana de las Ciencias y el Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República. Actualmente se encuentra investigando, gracias a un financiamiento de CONACyT para Jóvenes Investigadores, la concepción indígena sobre el cuerpo discapacitado en las comunidades mazatecas y nahuas de la Sierra Negra de Puebla.

Por: Dra. Laura Elena Romero López
Directora Académica del Departamento de Antropología, UDLAP

laura.romero@udlap.mx

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