Aquella vez que el mundo se detuvo.

Aquella vez que el mundo se detuvo.

Amanece otro día, es más tarde de lo acostumbrado porque no fue necesario programar alarmas para despertar, estás listo en tiempo récord cuando en otras ocasiones apenas estarías anudando tu corbata, el cielo luce particularmente más azul de lo normal, pero en el ambiente se respira todo menos contaminación, el aire huele a especulación con tintes de incertidumbre, no se percibe el bullicio acostumbrado de la calle y sabes que no tendrás que soportar el tráfico para llegar a tiempo a la oficina, porque estarás todo el día en casa, en confinamiento.

En nuestro hogar nos hemos adaptado con cierta rapidez a las acciones contingentes. Nos organizamos en la programación de deberes personales y actividades colectivas, tratamos de cumplir con tiempos establecidos para realizar las actividades laborales y cumplir con las clases en línea. Todos ponemos de nuestra parte para que la convivencia sea amena y llevadera; justo ayer mientras comíamos juntos, todos reunidos en la mesa, nos percatamos que era algo fuera de lo común, pues usualmente solo podemos coincidir en días feriados, entonces recordamos que así era la vida cotidiana en la época de nuestros padres y abuelos.

Poco a poco nos vamos dando cuenta de que estamos aprendiendo a convivir como familia, el desprendimiento obligatorio de la vida cotidiana nos ha dado la gran oportunidad de reencontrarnos. Nos invade una sensación peculiar, como si cada cosa que hacemos juntos fuese hecha por primera vez. Debemos enfrentar esta nueva realidad que he denominado coexistencia permanente, nunca hubiéramos imaginado que tendríamos que pasar tanto tiempo ocupando el mismo espacio, donde tarde o temprano tenemos que hablar, mirarnos, interactuar.

Estamos inmersos en una situación en la que no todo el tiempo podemos aislarnos o evitarnos, en la que el celular tarde o temprano sobra en la inevitabilidad de la confrontación y la comunicación directa, en la que lo verbal impacta, pero la comunicación no verbal dice más que mil palabras. Hemos entendido que la estructura familiar no debe ser autoritaria ni unidireccional, el éxito del confinamiento colectivo está basado en una democracia familiar, las decisiones son conjuntas, los planes no son longevos, las actividades tanto individuales como grupales son tan finitas que es necesario establecer horarios para que la monotonía no nos rebase. La implementación del uso de valores es la piedra angular del éxito de esta etapa de nuestras vidas, donde el respeto impera por encima de nuestro propio ego.

Como suele pasar cada que se abre una nueva caja de pandora en la historia humana, se sueltan los fantasmas que representan lo mejor y lo peor de nosotros.  Se ha dicho mucho sobre la pandemia, se ha compartido información falsa, se han criticado las acciones, se han tomado decisiones y al final todos tienen algo de razón y al final nadie tiene la razón absoluta. En los medios de masivos de comunicación se pueden encontrar diversos puntos de vista, se ha politizado por aquellos que así lo han creído conveniente, desde las esferas más altas de la discusión internacional, hasta el entorno económico nacional que ya estaba bastante polarizado.

En mi lugar de trabajo he vivido un manejo impecable de la contingencia, he visto a las autoridades tomar las medidas necesarias e ir más allá desde el primer momento, cuando aún parecía tan lejana y distante que nunca imaginábamos que nos afectaría en lo más profundo del núcleo social. Como empleados hemos contado con el apoyo incondicional de las autoridades institucionales, con el liderazgo de un rector visionario, que no duda en tomar acciones por el bien de la comunidad universitaria.

No sabemos con certeza cuando volveremos a la vida como la conocíamos, es pertinente mirar a las acciones que implementaron los primeros países afectados y afrontar que nuestras capacidades de respuesta pertenecen a un país del tercer mundo, aceptemos nuestras fuerzas y debilidades manteniéndonos informados por medios confiables, contrastemos datos y corroboremos la veracidad de la información que compartimos.

Es tiempo de trabajar unidos… y eso es lo que mejor sabemos hacer los mexicanos, esta vez no convocamos a salir a las calles y abarrotar las plazas, solo nos piden mantenernos en nuestras casas y evitar contagios… no será eterno… no será fácil… pero es momento de demostrar de qué estamos hechos, no lo hagas por ti que eres joven y fuerte, hazlo por tus seres queridos, por los más vulnerables, por tus hijos, tus sobrinos, tus padres, tus abuelos, tus nietos… frenemos juntos el reloj, no será tiempo perdido y pronto volveremos a abrazarnos y a celebrar la vida, por lo pronto reflexionemos: ¿qué estamos haciendo para poner nuestro granito de arena?

 

Por: Mtro. Omar Derahin Saldaña Medrano

Egresado de la Licenciatura en Comunicación, Especialidad en Gestión Internacional y Maestría en Gobernanza y Globalización de la UDLAP

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