¿47 meses o 47 años?

¿47 meses o 47 años?

¿Por qué la ficción triunfa sobre la verdad? Como provocación, el historiador Yuval Noah Harari planteaba este cuestionamiento hace un año.

El poder— según Harari— puede significar tener la capacidad de manipular realidades objetivas con lo verdadero, pero también tener la capacidad de manipular las creencias humanas con lo ficticio. No obstante, Harari argumenta que, cuando se trata de unir a las personas en torno a un mismo relato, la ficción encuentra ventajas sobre la verdad. La primera de ellas, tiene que ver con la identidad. Mientras que la verdad tiende a ser universal, la ficción tiende a ser local y ofrece un mayor sentido de pertenencia. La segunda, tiene que ver con la lealtad. Si ésta se mide a través de la creencia en una historia verídica, cualquiera podría fingirla. El creer historias ficticias exige un mayor costo para el creyente y genera una señal más fuerte de lealtad hacia quien las cuenta. La tercera, tiene que ver con la realidad. Si la verdad suele ser incómoda, la ficción suele ser reconfortante.  

Con la ficción por delante, Donald Trump primero hizo suya la presidencia de Estados Unidos en 2016 y ha hecho suya esta campaña. Como lo hizo en el primer debate presidencial con Joe Biden, nos ha llevado a todos a su terreno. El presidente logró insertar en la retórica de su oponente demócrata, como lo ha hecho con la política, el llamado “trumpismo”. Su personal estilo de gobernar de la mano de la mentira, la evasión y el espectáculo. “Sigue ladrando, hombre”, “No puedes hablar con este payaso”, “¿Quieres callarte, hombre” ?, replicó al mismo nivel Biden. Ganó haciéndolo parecerse a él, como lo ha hecho en los últimos años con el país.

En los últimos días, hemos visto a un presidente que, puede pasar de decir que había aprendido mucho al contagiarse de Covid-19, a subirse contagiado a su camioneta para dar un paseo y saludar a sus seguidores. Un presidente que, una semana después de haber salido del hospital, presume en un mitin de campaña que ya es inmune, que se siente poderoso de nuevo y que quiere besar a todos sus simpatizantes. En la disrupción trumpista, no ha cabido una señal de entendimiento 200 días después de que la pandemia comenzó. Tampoco una muestra de empatía presidencial después de las más de 200 mil personas que han muerto en el país por el virus.

¿Qué nos dice esto de Estados Unidos? ¿Son estelas del deterioro democrático que arrastra el país? ¿Fragmentos de la fractura social que trascienden la ficción y están convirtiendo a la gran nación en la gran división? ¿Sound bites para satisfacer la inmediatez de quienes buscan en el ruido las certezas de un futuro no tan prometedor?

“Retrocedan y estén listos”, también dijo Trump a las milicias callejeras. “Esto va a ser un fraude como nunca hayan visto”, advirtió. El orden constitucional, cuya supervivencia depende de que aquellos a quienes se les ha confiado el poder ejerzan la moderación, podría estar agonizando en los impulsos extremos que revitalizan a un hombre aferrado al poder. Pero, ¿Trump es un amargo error? ¿Una desafortunada coincidencia?

Si bien en esa zanja de la política de la posverdad, de la asombrosa irresponsabilidad y del desdibujamiento de los límites, el presidente parece haber colocado a la democracia estadounidense en pausa, Trump es sólo el síntoma de una crisis que lleva gestándose durante años. Y las condiciones que lo llevaron al poder no desaparecerán aun si es derrotado.

En la frontera entre los hechos que poco podrían convocar y los engaños que mucho podrían convencer, la democracia estadounidense permanece en vilo. El dilema del próximo 3 de noviembre recae sobre estas desatendidas líneas del primer debate. ¿Ganará el alardeo ficticio que, con arrogancia, enarbola Trump: “A ver Joe, ¿yo he hecho más en 47 meses de lo que tú has hecho en 47 años”? ¿O lo hará la sentencia verdadera que, con fragilidad, defiende Biden: “A cargo de este presidente nos volvimos más débiles, más enfermos, más pobres, más divididos y más violentos”?

Acerca del autor:

Egresado de la Licenciatura en Relaciones Internacionales en la UDLAP es periodista, internacionalista y analista político. @DiegoBonetGalaz

Por: Diego Bonet Galaz, Egresado de la Licenciatura en Relaciones Internacionales en la UDLAP 

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